En 1950, a Jackson Pollock (1912-1956) ya se le consideraba la personificación del expresionismo abstracto. Aunque la fama de Pollock se debiera a múltiples factores, quizá lo que lo encumbró fuera una serie de fotografías del artista trabajando en su estudio del East Hampton tomadas por Hans Namuth, un emigrado alemán y estudiante de fotografía. Luego llegó eufórico Ritmo de otoño, casi en el cenit de la producción artística de Pollock, cuando también realizó al menos otros dos lienzos de similar nivel. Tanto Uno: número 31 como Número 1, 1950 (Bruna lavanda) fueron creados utilizando una técnica con la que Pollock derramaba chorros de esmalte doméstico para interiores sobre una superficie de lienzo extendido y sin imprimar que había colocado en el suelo del estudio.
Aproximándose al lienzo así dispuesto, el artista conseguía estar casi “en” el propio cuadro. Aunque Uno: número 31 no es la única obra mediante la cual Pollock decidió fortalecer su asociación con el mundo natural, cualquier referencia explícita a ello parece ser un pretexto para el espectador que se enfrenta a lo que es una disposición de líneas tremendamente compleja. En este caso, la línea no describe la forma, sino que es la propia forma. Lo que Pollock presenta es una cautivadora narración de energías independientes transmitidas, mediante el acto de realizar marcas; un acontecimiento, o lo que queda del mismo, que articula de un modo tan sofisticado como matizado el hecho de que un cuadro contiene su propia naturaleza.