Aunque en la actualidad se considera que entre el arte romano y el renacimiento hubo diversos “renacimientos”, en especial el carolingio (en torno al año 800), no cabe negar que el lenguaje artístico sufrió radicales transformaciones en Florencia a comienzos del siglo XV por obra de unos cuantos artistas, cuyo número y calidad resultan sobresalientes en la Historia del Arte. En el primer tercio del siglo el arquitecto Brunelleschi, el escultor Donatello y el pintor Masaccio desplegaron una actividad que sirvió de base y punto de partida para ulteriores desarrollos en Florencia y en tras ciudades de Italia a partir del segundo tercio del siglo y para la progresiva difusión e implantación del nuevo estilo en el resto de Europa occidental, con los naturales matices e incluso importantes diferencias por razones geográficas y cronológicas.
En sus inicios, el arte que denominamos renacentista tuvo como característica común su preocupación por le hombre, entendido como ser individual y libre, y por el espacio que le rodea.
Filippo Brunelleschi (1377-1446)
Las piezas realizadas por los escultores Ghiberti y Brunelleschi en el concurso de 1401 para la segunda puerta de bronce del Baptisterio de Florencia muestran la distancia entre la estética formalista del primero y la preocupación del segundo por el trasfondo humano de las escena representada. Tras negarse a colaborar en esta obra con su contrincante, Brunelleschi viajó a Roma y allí, en contacto con los monumentos antiguos, se encaminó a la práctica arquitectónica.

Su primera obra, la gran cúpula de la catedral de Florencia, que supuso la resolución de complejos problemas técnicos, se convirtió en un símbolo de la primacía de la ciudad y de su entronque histórico con la antigua Roma. Desde entonces, Brunelleschi mostró una clara concepción del arquitecto moderno distinguiendo proyecto intelectual y ejecución material, facetas que se confundían en el maestro de cantería medieval.
En el Hospicio florentino (iniciado en 1419) se observa ya el dominio de las proporciones que caracterizaría toda su obra frente a la infinitud gótica. La aplicación de un módulo explica la precisa geometría de San Lorenzo, mientras en la capilla Pazzi alcanza un punto culminante en el ritmo medido y contratado de los elementos arquitectónicos resaltados en piedra gris sobre el muro blanco.
Su última obra –la iglesia del Espíritu Santo– presenta un espacio unificado, pues las capillas rodean por completo el templo y sus arcos de entrada son de proporción idéntica a los que separan las naves: la visión es unitaria y el hombre resulta el centro del edificio.